Por: Cristina Padín.
Su bisabuela se llamaba Mercedes. Ella se llamaba Mercedes, igual que su abuela y su madre. Aquellas mujeres humildes dotadas de tanta virtud habían fallecido, y en el pueblo quedaba Mercedes, que a sus hijas había puesto otros nombres.
Mercedes tenía los ojos del color de las castañas que tanto gustaban en la familia, y era mujer de verdad y de arte. Aborrecía la hipocresía y la maldad, era generosa y dulce, y artista. Era maestra del divino arte del encaje. Encaje de bolillos..
Cada 24 de septiembre Mercedes sonreía feliz a la vida: le encantaba el día de su santo. Antes de la pandemia acostumbraba a realizar la peregrinación de La Merced, en Poio, la noche del 23. Por la mañana acudió al cementerio…
Puso flores, como hacía siempre, a cada Mercedes que allí reposaba..
Y se dispuso a festejar su festividad con alegría y grata compañía: lo mejor.
Mercedes era una mujer bondadosa. Muy discreta y de conversación grata. Lectora y amante del mar. Una mujer de valores y de principios. Mercedes: un obsequio en la vida de los que compartían la suya. Así era ella..
Y así es mi madre, que se llama Mercedes. El resto es ficción, mis abuelas no se llamaron así..
Dedicado a mi querida madre
A cada Mercedes
A las tradiciones
A mi querido Luis
Al mar
A las personas bondadosas
Y al mes de septiembre con sus bellas costumbres..
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