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Tres anécdotas y un silencio. 22/Sep/2017

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Especial / La Revista

Aurelio Aguilar Morales in memorian. (1)

Todos los que amamos al poeta chiapaneco Jaime Sabines compartimos la convicción de que las groserías no son necesariamente malas palabras, se trata simplemente de una parte de nuestro lengua y en el caso de los monstruos geniales como lo es el autor “De la cojita está embarazada” pueden llegar a ser hasta un instrumento literario.
Hago la aclaración porque no es para nada mi intención faltarle el respeto a ninguno de los presentes y mucho menos a la memoria de mi ilustre antepasado.
Dice la leyenda que en la década de los setenta un reportero novato coincidió en un café con Juan Rulfo y le hizo una pregunta que seguramente solo había escuchado un par de veces, multiplicada por un millón:
Maestro ¿A qué se debe su prolongado silencio?
Ceremonioso como era, Rulfo se pone de pie y contestó: Joven y a usted ¿Qué chingaos le importa?
Para no quedarnos con la duda debo decir que según Facundo Cabral el autor de “Pedro Páramo” confesó que nunca publicó nada posterior porque la persona que le contaba las historias falleció poco tiempo después.
Al igual que aquel muchacho me preocupa el silencio que tarde o temprano será solo eso, silencio, desde el cual nada hablará.
Aunque esta idea me la dijo hace algunos años originalmente el antropólogo Uukib Espadas Ancona, (2) hoy es mucho más palpable: Lo maya como tal, como una cultura viva, agoniza.
Hay diversos factores, pero solo mencionaré tres:
En principio de cuentas la fallida reforma agraria, y no me refiero a la implementada originalmente, a fin de cuentas se estaba poniendo a prueba una teoría, sino a la que se dio en durante los sexenios del populismo rapaz, o sea del 70 al 82. Recordemos Banrural, Cordemex solo por citar dos ejemplos.
Eso aceleró el proceso de migración del campo a las ciudades.
Después la muerte del henequén, por supuesto.
Pero lo que no logró del todo la imbecilidad del Echeverrismo, ni la caída del mercado de fibras naturales, lo está logrando la tecnología, primero la televisión y hoy los cibercafés, los celulares, las tablets, en fin; un día vamos a despertar y nuestra rica herencia maya quedará reducida literalmente a unas piedras, maravillosas sí, pero piedras al fin.
Por ello urge enseñar de manera obligatoria “La Tierra del Faisán y del Venado” en todas las secundarias del Estado.
Urge restaurar el Instituto gubernamental encargado del tema como se hizo del 2001 al 2007.
Urge una reedición de “A la sombra de mi Ceiba” y de esa gran obra de Abreu Gómez “Salón de retratos”.
Me niego a pensar que se trata de un fenómeno irreversible.
Pasando a temas más agradables, Antonio Mediz Bolio fue el primer mexicano aspirante al Premio Nobel, el entonces monarca de Suecia lo propuso después de recibir el más famoso libro del homenajeado, a la sazón embajador en los países escandinavos el autor tenía un trato frecuente con el rey, incluso existe una traducción al inglés realizada ad hoc.
Imagino que para un nórdico culto en esos años dicha lectura le habrá provocado una suerte de “intoxicación de exotismo” y en ese trance la envío a la Academia. Años después, el poeta contaba que entendía no haber recibido el Nobel pero lo que no entendía es cómo un vikingo que nunca había salido de su gélida isla podía comprender lo que es un faisán y mucho menos un venado.
Ya para finalizar, el poeta picaresco “Chamaco Longoria” (3) le escribió la siguiente redondilla:
Cada que estrena Mediz
Dramas históricos nuevos,
Se le estira la nariz
Y se le encogen los huevos.

La respuesta de Mediz Bolio a su entrañable amigo y a la postre compañero de exilio, fue abandonar la dramaturgia de época para avocarse lo que ya conocemos porque “la literatura hay que disfrutarla, nunca sufrirla”; comenzó así a labrar su camino a la inmortalidad.