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Distopía mexicana:

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Por Pablo Ramírez Sánchez

A como están las cosas no sorprendería encontrar algún informe o comunicado en el que la culpa del bajo nivel educativo en el país se le atribuya a los jóvenes estudiantes. No extrañaría que alguien surgiera con una declaración insinuando que los jóvenes no estudian porque prefieren ganar dinero trabajando de malabaristas o tragafuegos en un semáforo. Menciono que no extrañaría a nadie porque así de descarada y absurda ha sido la política mexicana al momento de reconocer los errores propios y mejorar en base a ello, ya lo decía aquel popular refrán “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Pero en éste último sexenio ha llegado una nueva luz de esperanza con la llamada Reforma Educativa y su evaluación de maestros. Muy polémica ha sido su implementación y aunque sí considera aspectos importantes a mejorar hay muchos otros que deja fuera. Lo más significativo es la anteriormente mencionada evaluación de maestros, con la cual se pretende aumentar la calidad de la educación, pues si bien procurar que en todo el país exista cobertura educativa es esencial, otra cosa muy distinta es que ésta sea apta. La Reforma Educativa en general, en comparación a las acciones tomadas a lo largo de varios años representa por fin una intención de querer transformar lo que conocemos actualmente como educación, si la propuesta se mantiene firme y constante podremos olvidarnos poco a poco de cuestiones como plazas heredadas o la venta de las mismas, cuotas escolares ‘voluntarias’, maestros organizando huelgas injustificadas cada dos días, ‘maestros fantasmas’ que cobran sin dar clase o la injerencia del SNTE en la contratación de maestros.

Pero la vida es más complicada y no todo es miel sobre hojuelas, pues como estipulaba en el párrafo anterior existen diversos aspectos por los cuales la educación en México aún no se encuentra ni cerca de compararse a la educación en Japón o Finlandia. Dentro de estos aspectos se encuentra el porcentaje que destinamos a la educación, pues la Ley General de Educación (1993) dicta que “el monto anual que el Estado -Federación, entidades federativas y municipios-, destine al gasto en educación pública y en los servicios educativos, no podrá ser menor a ocho por ciento del producto interno bruto del país” (pág. 13, art. 25) De acuerdo con el Panorama de la Educación (2014) de la OCDE “el porcentaje destinado en México en el 2011 fue de apenas 6.1% del PIB”, lo cual supera ligeramente el promedio de la OCDE, pero sigue siendo menor al de países de Latinoamérica como Argentina (7.2%) o Chile (6.9%) y aún menor que lo establecido en la Ley General de Educación. El problema se hace más evidente cuando se analiza el gasto anual promedio por estudiante, pues las cifras revelan que “México gasta en promedio el 17% del PIB per cápita por estudiante de secundaria y nivel medio superior, ambos significativamente por debajo del promedio de la OCDE (23% y 26% del PIB per cápita, respectivamente)” (OCDE, 2014). Y por si fuera poco hay que considerar de manera importante el hecho de cómo se administra lo que se destina, pues aquí puede encontrarse la respuesta a la pregunta del millón de ¿por qué si tanto se destina a la educación el resultado final es tan pobre? Y por consecuente, ¿por qué el gasto anual promedio por estudiante es tan bajo? Pareciera una tremenda contradicción, pero la respuesta a ésta paradoja nos la presenta la OCDE (2014), al afirmar que

Más del 92% del presupuesto total en educación primaria, secundaria y media superior en México se destina a remuneración del personal, y alrededor del 83% es exclusivamente para los salarios de los maestros. Se trata de las mayores proporciones observadas entre los países de la OCDE, donde en promedio el 79% del presupuesto total se asigna a remuneración del personal, y el 63% a los salarios de los maestros (pág. 7).

Esto nos deja con un margen mínimo para invertir en la construcción, renovación o mantenimiento de la infraestructura en las escuelas. ¿Cómo se pretende que la educación sea de calidad cuando las escuelas no tienen lo mínimo para funcionar correctamente? Si en la actualidad existen miles de escuelas que no cuentan con piso, agua en los baños, luz, sillas, techo, ya ni se diga de otros materiales que ayuden a hacer más efectiva la educación. El hecho que la educación sea gratuita no significa que el alumno deba carecer de éstos privilegios, y digo privilegios porque en este país es casi un privilegio poder accesar a la educación y lo es aún más poder accesar a una educación de calidad en donde al menos tengas una silla para sentarte y una libreta para escribir. (Continuará)

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